Café de crisis
El portero de cada día, apostado contra la barra como si todavía estuviera de guardia –mirada al infinito, silla empinada y coñac en la mano para matar el tedio- no soporta que el oro nacional se pierda en subvenciones para el inmigrante. Sólo aguanta a los negros como Abdul, que acaba de venderle un par de CD’s y con el que ha bromeado, al salir del bar, sobre su color de piel y su estrambótica ropa.
La televisión interrumpe su alocución. Otra inmobiliaria que quiebra, dos albañiles muertos en accidente laboral y algún detenido más por corrupción urbanística. Ya estábamos avisados. Esto va a peor y nuestros dirigentes crean cortinas de humo para disimularlo. Nada hacen para crear empleo.
A su derecha dos chavales han derramado una cerveza. Bromean sobre la dificultad de hablar con la novia por el móvil, discutir con otros clientes sobre la última jornada de Liga y pinchar de la ración de pulpo que se han pedido. Arreglado diligentemente el desaguisado se unen ya a la conversación primigenia y coinciden con sus compañeros de crisis en lo difícil que es la independencia de los padres.
El local comienza a poblarse para la comida. Los camareros se aprietan la corbata, sacan los manteles de papel y se aprestan a retirar en una esquina los palillos, huesos de aceituna y servilletas acumulados durante la mañana.
El portero abona sin preguntar la deuda, deja dos euros de propina y despide a la concurrencia familiar con extrañas fórmulas contra la ruina patria. Aprovecho yo también para pedir la cuenta.
– Un euro cincuenta.
Es apasionante descubrir cada día como el brazo ejecutor de las consignas de este sistema que agoniza (pero no se acaba de morir, el muy…) somos los de abajo. Es retorcidamente genial. Los más jodidos actuamos como los más hijos de perra también. Ya sé que tal vez es injusto culpar a las víctimas. Su Síndrome de Estocolmo, el sufrimiento que les revienta la autoestima… Pero es que cada vez soy menos compasiva con los miserables que intentan sacar un poquito el cuello por encima de su ciénaga a costa de pisar a otros de su misma especie (pero, normalmente de otro color).